miércoles, 18 de noviembre de 2009

El secreto de Ámbar.

Me llaman Ámbar pero mi nombre real no es ese, así sois los humanos, hacéis y deshacéis sin preguntar ni preguntaros, simplemente suponéis y os ponéis en lugar de uno sin pedir permiso. No digo que no tengáis buena intención pero cierto es también que andáis un poco sobrados de protagonismo. Mi madre me llamó Ligero, ligero porque de mis hermanos era el más liviano que no el más pequeño y porque de todos era el más ágil y saltarín. El más atrevido. Y así soy yo, ya lo dijo mi madre...

Como mi dueño-amigo se ha encargado de contar en este mi blog, soy un Rhodesian Ridgeback, un perro león, perro rhodesiano, crestado o de safari. Muchos nombres y una leyenda que da explicación a la curiosa cresta de pelo que recorre mi columna. Así pues y si me premitís esto es lo que cuenta la leyenda:

Tanto perros como humanos nacimos en África, ese continente enorme, femenino, maternal y maltratado. En los albores de aquellos tiempos los valores eran mucho más sencillos y menos interesados que hoy. Humanos y animales vivíamos sólo para nuestras familias y sólo tomábamos prestado de nuestro entorno aquello que realmente necesitábamos.

Mowatt no debía de tener más de diez años. Era alto, delgado y siempre andaba corriendo de un lugar para otro. Hijo de Massai, el jefe de la tribu y nieto de Gimba la mujer más anciana y sabia de la misma.

En las cercanías del poblado vivía una manada de perros que de vez en vez cazaban junto a la tribu de Mowatt. Amra era un cachorro de cuatro meses, de largas patas y escueta cintura, un tanto macarra pero de buen corazón. Mowatt y Amra se conocían hacia tiempo y entre juegos solían seguir a sus mayores cuando éstos salían de caza. Imitaban sus gestos y jugaban a cazarse el uno al otro, a escondidas, siempre discretos pero atentos ante cualquier novedad.


En una de tantas excursiones, espiando a los mayores, oyeron una conversación que les impactó. Massai, el jefe de la tribu, discutía con el resto la posibilidad de dejar el valle dónde vivían. Por lo visto un viejo león les tenía atemorizados, había devorado a varias perros y la noche anterior había matado a un joven guerrero.

Amra y Mowatt se miraron de reojo y una idea surgió en sus mentes. Cazarían al León y así liberarían a hombres y perros de aquella pesadilla. La estrategia era sencilla, Amra sacaría al León de su guarida y guiaría a éste hasta un cañón donde Mowatt le tendría tendida una trampa imposible de sortear.

Dicho y hecho se pusieron manos a la obra.

La primera parte fue sencilla, Amra ladró hasta conseguir despertar al León. Éste enfurecido salió disparado tras él. Era pan comido, el león más pesado y viejo, fallaba una y otra vez ante la agilidad y velocidad de Amra. Llegaba el turno de Mowatt. En la parte más angosta y estrecha del cañon habían escavado un hondo agujero donde debería caer el León. Después llamarían al resto de la tribu y juntos darían caza al fiero animal. Un plan tan sencillo no podía fallar.

El león ciego de ira no vio las ramas que cubrían el camino, tampoco se percató del zig zag que Amra hizo para sortearlas y tampoco se fijo en la sonrisa que Mowatt mostraba a escasos veinte metros mientras blandía su lanza. ¡¡¡¡Lo habían conseguido!!!!. Casi sin atreverse a mirar, oían los tremendos rugidos que la fiera impotente y herida emitía sin parar. Ciegos por la alegría no se daban cuenta de que otro par de ojos habían sido partícipes de aquella escena. Bastó a penas un segundo para que Mowatt sintiera en su espalda el zarpazo de la leona. Tal fue la fuerza que llevaba en su acometida que salió disparado a unos metros de Amra que, presa del pánico, había salido huyendo del lugar.
La leona, sin tiempo que perder, arrastraba un tronco hacía al agujero para ayudar a salir así al león que desde el fondo rugía enfurecido.


Amra, maltrecho y medio mareado contemplaba la escena con pánico. Sabía que la venganza sería terrible y que ni los suyos ni los humanos podrían contener la furia de ambas fieras. Empujado por la nobleza de su raza y el ímpetu de su juventud se dirigió hacía el temor más grande que su mente podía imaginar.Este es el fin pensó.
No había tiempo que perder, como un resorte impulsó sus a penas 20 kilos hacía la leona. El choque contra aquella mole de músculos, dientes y garras le hizo estremecer, un relampago de dolor le recorrió la espalda recordandole la tremenda herida abierta que en vez de pararle espoleó aún más.
La leona, más sorprendida que asustada no supo como responder, duda que bastó para que Amra se encaramara a su grupa, sujetándola de la nuca con todas sus fuerzas. El felino, saltaba, rugía y daba zarpazos al aire, loco más en su orgullo que por dolor, no podía ver como un grupo de humanos y perros guiados por Mowat, se acercaban perplejos por tan increíble escena.
Fue Massai quien de un certero lanzazo atravesó el corazón de la leona. Mientras, Amra, sordo, ciego e insensible al mundo, seguía aferrado a la nuca de la fiera ahora muerta. Sus fuerzas flaqueaban en la misma proporción que su orgullo crecía.Lo había conseguido.
De du espalda rajada en forma de puñal, manaba sangre a borbotones a ritmo de su pequeño corazón. Mowat casi en susurros logró convencerle para que soltara su presa. Hombres y perros callaban y un silencio frío y trémulo hacía eco atrapando un instante al grupo, unido en un sólo ser.
Cuenta la leyenda que aquel fue el inicio de una alianza que perros y humanos forjaron hace algo así como 14.000 años y también reza que la estirpe de aquellos perros hoy son conocidos como perros leones y que los reconocerás por la marca que llevan en su espalda. Su ridgeback.

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