Sentir, ser sensible a la música, la pintura, la naturaleza o a la personalidad de las personas creo que en parte lo aprendemos y en parte lo llevamos dentro. Cada uno tenemos una predisposición que posiblemente estimulada por nuestro entorno se desarrolle más o menos.
Soy una persona pasional, suelo hacer lo que siento y me gusta soñar con lo que quiero hacer. Me gusta la música, adoro el cine, leer y me siento completo en la naturaleza. Me gustan las personas y me gustan mucho, soy de los que prefiere unir a grupos de gente en vez de hacer grupos cerrados y quizás más íntimos.
Creo que me gusta vivir y disfruto viviendo. Un tanto inconformista, me gusta experimentar y abrir nuevos caminos. Pero ha habido constantes durante toda mi vida: si me das elegir entre una ópera y un cuadro, siento más al segundo; entre una gran urbe y el campo, me pierdo entre los bosques; estar en casa tranquilo o viajar, aunque sea al pueblo de al lado, prefiero moverme. Pero sobretodo y no se porqué, siento como son, como sienten y que necesitan los animales.
Es ridículo, lo se. Las personas que nunca han compartido su vida con un animal no logran entender como los que convivimos con ellos podemos sufrir y sentir que ese ser, tiene los mismos derechos y necesidades que tú. Es complicado explicar a quien no siente, qué se siente, es complicado enseñar si tus ojos no ven.
Esta noche tuvimos que dormir a Ambar.
Ambar ha sido un perro especial y cada faceta que ha experimentado, nada de lo que ha hecho ha dejado indiferente a quienes le observaban. Primero su belleza y es justo que lo diga. Hecho del material de las obras de arte, su físico y su capacidad pertenecían al Olimpo de los Dioses. Tocado con un don, verle correr en el campo era observar la definición de la palabra armonía, compartir con él nuestra carrera diaria, verle subir y bajar, volar entre los árboles y fundirse en la maleza era el mayor de los privilegios. Compartir con él, ese disfrute y saber que lo vivía, es uno de los mayores regalos que jamás tendré. Cuántas veces he sentido envidia por no ser como él y sentir esa fuerza, agilidad y armonía. Cuantas veces me ha hecho sentir especial y parte de su mundo cuando sin saber cómo, aparecía por detrás y con su húmeda nariz me tocaba ligeramente en la mano como diciendo, ey colega!, como mola esto.
No era perfecto. Sus inseguridades nos han producido más de un dolor de cabeza pero quizás por ellas y por como, poco a poco las fue superando, le hizo para nosotros aún más especial. Tímido y un tanto distante, necesitaba tiempo para los extraños. Sin embargo en casa, ha sido el mejor compañero de piso que jamás he tenido. En casa, él y Raquel se fusionaban. Su pelo de terciopelo, su cuerpo caliente y sus movimientos pausados le hicieron dueño de la mejor parte del sofá. Se me hace tan grande esta casa que se, que si ahora Raquel no estuviera no podría parar en ella ni un minuto.
Es increíble como las rutinas diarias y esos pequeños detalles estúpidos pueden ser hoy tan importantes. No verle en la puerta de la cocina mirándote mientras hacíamos la cena, no sentir su nariz justo cuando ibas a dormirte despidiéndose de ti hasta al día siguiente, no escuchar la cadencia tranquila de sus pasos al despertar, no oír esos bostezos de león o las sacudidas de gigante, no ser recibido en casa con sus golpes, besos y juegos, no tenerle ahora a mi lado, me parte por la mitad. Porqué ha tenido que irse tan pronto, justo ahora que no nos podíamos imaginar nuestras vidas sin él, ahora que los tres éramos uno y éramos una familia, rara quizás, pero lo éramos.
Cómo voy a subir al monte sin ver ese despliegue de energía y belleza a mi lado. Cada rincón de la sierra lo hemos recorrido juntos y lo digo de verdad, cada palmo, ruta, sendero, cuerda o pico, fueron conquistados de su mano. Allí venció miedos, aprendió a moverse, y nos brindó con espectaculares carreras tras cabras y corzos. Allí quizás, desperté mi herencia de cazador y mis genes recordaron una antigua unión entre perro y humano que nunca entenderás sino convives con un animal así.
He sido un afortunado, por poco tiempo si, pero se que he sido tocado por un Dios terrenal que ha querido enseñarme nuevos caminos que sin él jamás habría recorrido. Ahora entiendo mejor a quienes la timidez y la delicadeza son necesidad en su vida. Entiendo la pausa y la mirada, el tiempo y el espacio. Y he aprendido a dejar tiempo para que aprendan, a dejar que por si mismos experimenten. He aprendido y él me ha enseñado, nos ha enseñado tanto que hoy me siento vacío.
Esta noche se fue pero nos ha dejado tanto a cambio que nunca lo que nos queda de vida será igual. Amigo mío, sabes que no creo en nada, sabes que se, que simplemente no estás. Pero si por una remota razón me equivoco te pido que, allá donde vayamos, si te encuentras a otro amigo mío que ya hace tiempo marchó, no le muerdas, él nunca lo haría contigo de verdad, Harpo era así. Y que juntos me esperéis porque os prometo que si hay algo más donde agarrarse y no caer en el olvido, os encontraré. Os quiero, te quiero pequeño.